Un año vagando por los hielos nórdicos

Es como un cartero rural, de los de a pie y de los de antes, que va con su zurrón a cuestas, permanentemente despanzurrado, permanentemente zurcido, con esos zurcidos chapuceros con los que se guardaba la casquería del equino apuñalado para solaz del coso solysombra nacional. A este andarín de su órbita, se le huyen del viejo zurrón los folios escritos a mares, a miles, a dos manos. Esos folios recientes -el publicado anteayer, no sé dónde- o aquel abarquillado por el peso y el paso del tiempo con la caída del rey Faruk de Egipto, Faruk con sus baúles y sus mujeres en caravana haciendo el recorrido del exilio por el París-Match. Y es el andarín Luis Carandell, al que el otro día se le eclipsó El Sol, al que hace unos meses se le derrumbó El Independiente («es triste casualidad», advierte, «para nada voy cerrando periódicos»), el que habla en Antena 3 Radio por las tardes, de todo, de lo humano y de lo divino, como es tradición hablar, a esas horas, en los cafés madrileños, que él tan bien conoce.

Y es el andarín, catalán, pues nació en Barcelona en 1929, pero también, lo tiene escrito, nació en Madrid, en 1947, cuando vino a la Corte a quedarse, aunque siempre ha tenido un pie en otro continente, que siempre está huyendo, para regresar pronto. Y nació en Barcelona, donde su padre era periodista de » El Noticiero Universal, y éste, en 1947, le envió a Madrid a estudiar, Derecho, Económicas, cosas de provecho; que qué hacía un catalán como él, en el 47, en el ombligo del Estado, pues es lo que yo le digo, y él resuelve con apenas un gesto: cosas de su padre, dice, que tenía relaciones madrileñas. Lo de Carandell nunca fue un destierro, que pocos como él se han hecho tanto, y han escrito tanto, a este poblachón manchego. En esa primera etapa, estuvo tres años, haciendo de meritorio en la colmena de la época, pupilo del dómine Cabra, inexperto estudiante de mancebías cálidas como el hogar de uno (vamos, no hagamos literatura; punto y aparte).

En 1950 se vuelve a Barcelona e ingresa en El Correo Catalán y al poco tiempo, enviado por El Noticiero Universal, no por el Correo, que no estaba para exotismos, se va de corresponsal a El Cairo, que ha caído el rey Faruk, que los jóvenes oficiales con Nasser a la cabeza, ,que a ver qué pasa, y allá se va a El Cairo, que debía ser, por entonces, el único corresponsal español en el mundo árabe. No, árabe no sabía, tampoco japonés cuando viva en Tokio, ni «escandinavo» cuando se tire un año vagando por los hielos nórdicos. Y qué; Carandell confiesa que siempre se le han dado bien los idiomas, debe tener oído (que los idiomas, como el baile, son cosa de oído), y siempre se ha defendido.

De todos modos, en Egipto, entonces, se hablaba francés en círculos elegantes, que es el que frecuentan en las novelas de espías, los ídem, los diplomáticos, los periodistas y las mujeres fatales. Carandell, como Lawrence de Arabia o como su casi paisano el mallorquín Domingo Badía, el gran Ali Bey, iba vía Chipre (para todo había que ir a Chipre primero, me documenta) a Siria, a Irak, a Arabia Saudí, a Israel, y de todo escribía y sus reportajes, sus crónicas (siempre periodísticas, pero siempre por encima de otra urgencia, que las solía enviar por correo, eran literarias) aparecían por aquí. Luego vendría Japón, que trabajó en Tokio en la sección española de la radio que emitía para América, para la segunda generación de emigrantes japoneses que ya no hablaban el idioma («seguro que me oía en Perú Fujimori»).

A estas alturas, la verdad, uno ya no sabe si es éste periodista o viajero, lo uno por lo otro, desde luego, andarín siempre. En 1960 lo tenemos en Madrid, enraizándose, que una familia te pone cemento (a veces grato) en los pies. Sin moverse, va de aquí y allá, que es culo inquieto, hasta que recala, en 1967, en Triunfo, en donde hará varias secciones de fama, entre todas ellas la más recordada es, sin duda, Celtiberia Show, que al principio él mismo urdía los mojones carpetovetónicos, y luego le llovieron, que se inventó Celtiberia porque existía. En aquellos años tardofranquistas estuvo también en Informaciones, y enviado por el diario en Moscú, en la guerra de Etiopía y sobre todo en Portugal.

Que estaba en 1974 con Eduardo Barrenechea haciendo una serie de reportajes en La Raya de Portugal con el catastro de las miserias ibéricas a un lado y otro de la raya, cuando ocurrió aquello de los capitanes, de los claveles, de Spínola el del monóculo. Y allá que se fueron para Lisboa a contarnos lo de la revolusao. Luego andaría -le va, le va, el verbo- en Cuadernos para el diálogo y en Diario 16, como cronista parlamentario (una cosa irónicoliteraria, que nunca, dice, ha hecho «hermenéutica política») y algunas cosas en El País (los andarines siempre hacen alguna cosa en El País pero nunca plantan la jaima). Y fue director de la revista Viajar (quién si no) y ha trabajado en televisión (haciendo Cortes y presentando un telediario de fin de semana, y un día hasta se atrevió a leer un soneto). Y ha escrito libros, entre ellos una biografía de José maría Escrivá, que ahora sale, de nuevo, y quién sabe si hubiera sido libro del día de la canonización en El Sol, si el diario lo hubiera comprado Villanueva/Opus. «Quién sabe, sí, si hubiera sido», sonríe este andarín curado de espantos.

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